La ley de Moore llegó como un soplo en 1965. Gordon Moore, hombre de Intel, la trazó en papel. Los transistores en un chip, dijo, se duplicarían cada dos años. No era un mandato. Era un vistazo al pasado que adivinaba el futuro. El silicio cantaba. Las máquinas se hacían fuertes. Todo empezó con una nota en una revista. El mundo escuchó y corrió detrás.
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Raíz de un pensamiento
Moore observaba los circuitos. Los años sesenta eran tierra fresca. Los transistores, apenas nacidos, se amontonaban rápido. Él contó los pasos. Cada par de años, el número subía al doble. No había trucos. Solo manos que trabajaban, mentes que planeaban. La industria lo tomó como mapa. Una idea clara, un ritmo firme. Así se plantó la semilla de un tiempo nuevo.
Marcha de los años
El tiempo dio la razón a Moore. Los ordenadores, torpes y grandes, se encogieron. Bajaron a escritorios. Luego a mochilas. Los chips cargaban millones de transistores. Después miles de millones. La ley no flaqueaba. Las fábricas sudaban para no perder el paso. Cada procesador era un eco de la promesa. La velocidad crecía. El mundo se volvía pantalla, botón, luz.
Fronteras del silicio
Pero el camino se estrecha. Los transistores chocan con paredes. El tamaño cae a nanómetros. El calor aprieta. La electricidad duda. Algunos gritan que la ley se apagó. Otros ven un giro. El software toma fuerza. La cuántica asoma. El grafeno susurra. Ya no se trata de duplicar, sino de inventar. Moore lo intuyó, aunque calló. El fin no es fin, es cambio.
Vida tocada por chips
Mira un móvil. Antes era sueño. Hoy es todo. La ley de Moore lo trajo. Las pantallas, los juegos, las voces del otro lado, todo cuelga de esos transistores. El código manda. En lugares como how I learned code se aprende a escribirlo. La tecnología ya no es de pocos. Es de todos. Cambia días, noches, trabajos, risas.
Rumbo sin brújula fija
El futuro se mueve distinto. Los chips buscan altura, no solo anchura. La inteligencia artificial afina lo que existe. No hay duplicación eterna. Hay saltos nuevos. Moore dio un compás, pero el baile cambió. Las máquinas no se detienen. El hombre las empuja. La ley fue un faro. Ahora hay otros. El progreso no pide permiso. Sigue su curso.
La huella de Moore pesa. Una frase sencilla movió montañas. Los transistores, diminutos, alzaron ciudades digitales. El ritmo marcó una era. Aunque el silicio tiemble, el eco no muere. La tecnología respira. Avanza a ciegas, a veces. Pero avanza. Siempre lo hace.